MÁS HISTORIAS
Seguimos entregando más historias enviadas por nuestros lectores. Este domingo 21 publicaremos otros dos relatos en nuestra edición impresa. En este post los cuentos son Ropa nueva con sudor, La visita del primo Walter, Entrevista final, Día 7 y Pavel. Disfruten la lectura. ROPA NUEVA CON SUDOR
¡Ring! ¡Ring! ¡Riiiing! “Maldito despertador” –pensé mientras estiraba la mano para apagarlo. Lo malo era que por más que tanteaba no encontraba nada en la oscuridad. Estiré más el brazo y me caí de la cama. Me levante asustado. El sonido se detuvo y un patadón furibundo abrió las puertas de par en par e hizo que las luces se prendieran de un solo golpe. Cuatro tipos entraron corriendo y gritando como si estuvieran poseídos por el mismo demonio. Del puro susto salté hacia atrás y mi espalda golpeo las puertas de un ropero. Mire hacia la izquierda y vi como dos hileras de camas angostas se extendían hasta el final de la habitación. Hacia la derecha el cuadro se repetía con la misma exactitud. “¿Donde estoy metido? “pensé y me quede pegado. Uno de los tipos endemoniados me grito en la cara y sujetándome de la solapa del pijama me aventó hacia el pasadizo de la cuadra. La cachetada que recibí no la sentí pero me hizo regresar a la realidad y darme cuenta de donde estaba.
Habían pasado solo unos días después de haber recibido los resultados del examen de admisión. “Felicitaciones, ustedes son los nuevos hijos de la Patria” nos había dicho un colorado alto con lentes oscuros. En dos semanas seria la ceremonia de ingreso y quedaríamos internados en la Escuela. “¿Encerrados? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cómo será esa vaina?” Mis patas me vacilaban y me jodían, me deseaban lo mejor. Mi mamá lloraba y mi papá se molestaba con ella. Todos los días llegaba visita a la casa: tíos, tías, primos, primas, comida, chelas, rones, cigarrillos. Parecía una fiesta familiar en capítulos. Al comienzo me gustaban las reuniones pero después se volvieron aburridas. Yo me hacia el loco y me escapaba para tomarme las “últimas chelas” con mis patas. “Eres un malagradecido, te vienen a visitar y te desapareces”. Yo ya andaba cansado de las mismas preguntas y respuestas. Que iba a responder si yo mismo no sabía lo que iba a pasar. Todo lo que respondía comenzaba con “Me han dicho que…”, “Dicen que…” Ya no tenía nada más que inventarles. Quería largarme y que todo empezara de una buena vez.
“¡Oye, apúrate!” El muchacho que se encontraba al lado mío estaba terminando de amarrarse las zapatillas. “Apúrate antes de que te metan otro cachetadón” y recién ahí me puse a buscar mi uniforme de deportes. Me cambie al toque y fui corriendo para el baño, creo que nunca en mi vida había meado tan rápido. “Formaaaaar” y todo el mundo salió disparado. Afuera todavía estaba oscuro y se sentía calor. Dos reflectores iluminaban un patio de cemento en el que solo estábamos nosotros. Nos acomodamos en tres secciones, uno detrás del otro y mirando hacia el frente. De reojo traté de reconocer a algunos de los que estaban alrededor mío. Vi al chato que estuvo contando chistes. También vi al grandazo que se puso a lloriquear pensando en su enamorada. A los demás no los sacaba. Se veían diferentes. Ahora estaban pelados y con los ojos hinchados y salidos. Con la misma ropa todos parecían iguales. Una voz rugió “Defrentepasoligerooooo” y comenzamos a correr para no sé dónde. Después de un tiempo interminable nos detuvimos. Muchos se tiraron al suelo sin importarles que los uniformes estuvieran nuevos y empapados de sudor. Me senté y trate de respirar con fuerza, pero sentí asco al tragar la combinación de olores que flotaba con nosotros. Le pregunte al de al lado “¿Qué es eso que apesta?”, “Jajaja… ¿no te das cuenta? ¡Somos nosotros!”
Juan Vizcarra
DNI 45518600
LA VISITA DEL PRIMO WALTER
Walter vino a visitarnos un fin de semana de enero. Viene desde Chiclayo donde trabaja como profesor de historia en una gran unidad escolar. De chiquillos vivíamos en Balconcillo. Todos los días salíamos a mataperrear con los chicos de la cuadra. Al terminar la secundaria, se fue a Chiclayo a continuar sus estudios. Don Augusto, su padre, vive en esa ciudad. Mi tía Ofelia que estaba en Lima tenía nuevo compromiso, con dos hijos a cuestas no podía financiarle una carrera universitaria, ni pagar un instituto.
Para las vacaciones de fin de año siempre se da una escapada a Lima. La primera vez que vino a visitarnos lo vi cambiado. Ya no era el chiquillo alegre con el cual jugábamos a las escondidas, la chapada o la botella borracha. Era un ser taciturno, andaba medio somnoliento. Si se sentaba a mirar televisión lo más probable era quedarse dormido. Al despertarlo repite sonriente la misma frase.
-Tengo un problema Jenny, siempre me quedo dormido en las casas donde reina la armonía.
Abrí la puerta y lo abracé, había pasado un año de no vernos. El también hizo lo mismo. Su saludo era delicado y tímido. Lo hice pasar de inmediato. Héctor, mi esposo, lo saludó con un fuerte apretón de manos. Ingresó arrastrando una pequeña maleta con ruedas hasta sentarse sobre el sofá. Conversamos un rato y lo llevé a uno de los cuartos que había acondicionado para la ocasión. Hacía un mes que nos habíamos mudado a Santa Catalina, la zona pituca de la “rica Vicky”. Una cama y un pequeño velador en su dormitorio eran suficientes para pasar todo el día descansando.
Hasta ahora recuerdo su primera visita cuando vivíamos con Héctor en un mini departamento por la avenida 28 de Julio, Omarcito todavía ni había nacido. En ese tiempo Walter venía con un maletín deportivo. Luego de instalarse pasaba a la sala a mirar televisión. Ahí se quedaba dormido, recostado sobre el sofá.
En esta última visita no lo vi dormir. Mientras miraba televisión Anksunamun se le acercó coqueta. Walter la tomó por el lomo y la colocó sobre su pecho para sentir sus ronroneos. La gata dio varios giros encima de su camisa y se acomodó perezosa. Increíblemente Walter se la pasó mirando televisión sin dormitar. Al terminar la película dejó a la gata sobre el piso de mayólica y dijo.
-Primita voy a salir a hacer unas compras al centro, Augusto me ha encargado unas cositas.
-No hay problema Walter, eso sí, cuando estés por venir llama al celular para estar atenta.
-Ok, no hay problema.
Era de locos no verlo dormir por las tardes. No durmió el primer día que estuvo con la gata, ni el segundo día que estuvo solo. Terminando de ver televisión pedía permiso para salir al centro de la ciudad. Al principio pensaba que era por la variedad de chucherías que Augusto le encargaba. Regresaba a las ocho, antes de la llegada de Héctor, traía una bolsa con comida y otra pequeña bolsita con algunos adornos entre aretes, pulseras y uno que otro amuleto de esos que venden los charlatanes del barrio Chino. Al día siguiente fue lo mismo, después de ver una película en el canal de cable pidió permiso. Sonriendo le dije.
-Que pasa primo, ya perdiste la costumbre de dormir la siesta.
Walter se quedó sonriéndome y soltó su angustiante frase.
-Tú bien sabes que me quedo dormido en casas donde reina la armonía –hizo una venia, abrió la puerta y se marchó rumbo al centro. Al mes siguiente estaba separándome de Héctor.
Juan José Cavero Benites
DNI: 09627945
ENTREVISTA FINAL
¿El Sr. Penalillo? Julián contestó con un sí poco convincente, como si tuviera la lengua adormecida. Se acercó al escritorio casi pidiendo permiso. “Tome asiento” dijo escuetamente la recepcionista, el Sr. Grimaldi lo atenderá en breve.
No pudo evitar aflojarse la corbata y hacer un movimiento como queriendo salir de ese traje que lo asfixiaba. Necesitaba un poco de aire fresco mientras recordaba todas las formalidades recomendadas para este tipo de situaciones: dar un firme apretón de manos al presentarse, mirar a los ojos al interrogador, mantener una postura de atención, sonreír para romper el hielo cuando sea necesario y en resumen , proyectar una imagen “positiva”, sin tener claro que significaba eso. Recordaba las ocasiones donde se había encontrado en situación similar y que quedaron sin acuerdo alguno , aunque claro, ahora el asunto era diferente: después de la última pelea con Gladys había terminado en la comisaria y con una notificación de demanda por alimentos, además de sufrir la humillación de haber quedado para la posteridad en el libro de actas del comisario como una persona “sin empleo conocido” es decir, un vago y mantenido.
Recordó su graduación como Administrador donde no faltaron comentarios de sus profesores alabando su buen desempeño durante la época universitaria y es que, en verdad, había sido un buen alumno , incluso con varias recomendaciones para conseguir un trabajo a la brevedad, sin embargo su poco interés y esfuerzo denotaban que algo no lo llegaba a convencer plenamente, no sabía si era el terror a la conocida formalidad de un trabajo de oficina, a levantarse temprano , a cumplir con los horarios, a reportar a los jefes , a sentirse supervisado, a pedir permisos y toda la parafernalia que debía cumplir estrictamente un “colaborador”. Para colmo de males, su relación con Gladys entró en un terreno insospechado para él: El nacimiento de Jonathan, lo que implicaba que ahora sus preocupaciones fueran en aumento en contra de su reparador descanso cotidiano.
“Sr. Penalillo pase por favor” indicó la recepcionista e inmediatamente deseó que en ese momento la ciudad hubiese sido sacudida por un terremoto grado ocho para salir disparado a la calle, pero ya estaba ahí y no había opciones. Lentamente se levantó de su asiento y se acercó a la oficina. El destino ponía a prueba su pellejo de chancho como le habían dicho alguna vez y casi como un autómata, puso en práctica todas las recomendaciones leídas. El Sr.Grimaldi lo observó escrupulosamente y luego de algunas preguntas para cumplir con la formalidad, llevó la conversación a un terreno que Julián conocía perfectamente: Hablaron de temas de actualidad, de la situación económica del país, de los intereses de expansión de la compañía, de la necesidad de compromiso de parte de los colaboradores y por supuesto, de cuáles eran sus pretensiones económicas. Julián pensó que éste era el momento de zafar de esa incómoda situación, respiró hondo y con una firmeza casi desconocida en él, lanzó una cifra por demás ambiciosa. El Sr. Grimaldi lo miró fijamente, hizo una pausa prometedora, y ante su sorpresa, escuchó lo que nunca quiso oír:“Aceptado, mañana lo estamos llamando telefónicamente para cumplir con las formalidades, usted sabe”. Aun en trance, tuvo la disposición para dar el apretón de manos de rigor y casi tambaleando salió de la oficina.
Esa noche fue la peor de todas. No durmió una hora seguida a la espera de su ejecución. A la mañana siguiente sonó el teléfono:¿El Sr. Penalillo?” Número equivocado” fue la respuesta y colgó de manera brutal.
Encendió un cigarrillo, cogió el primer taxi que vio y enrumbaron hacia el malecón.
César Enrique Reina Talavera
DNI : 07202391
DÍA 7
Es el séptimo día de lluvia de la semana, aparentemente nada ha cambiado, el tráfico sigue con su danza de rebeldía y las horas con su delirio de persecución. Es el séptimo día de encierro premeditado, mis problemas alérgicos son la excusa ideal para todo evento social, incluso el más necesario. Sin embargo, la sopa instantánea se ha terminado, ya es hora de salir a dar un paseo. Como en todo periodo experimental de aislamiento, los últimos minutos son decisivos. He bajado las escaleras sin problemas ayudándome del paraguas y del pasamano, con una fuerza mental capaz de empujar las nubes grises lejos de la ciudad. Al llegar al último escalón se ha dibujado en mi rostro una sonrisa de satisfacción profunda. Aquella sonrisa, en lugar de tener una imagen cálida, estoy segura, transmite una imagen caótica de desesperación, en lugar de resaltar la belleza de mis ojos, la sonrisa anula todas las partes de mi rostro, hasta el punto de parecer una horrible cicatriz de infancia con la que a pesar de los años aún no estoy familiarizada. Estoy un paso fuera del edificio principal, algunas motocicletas siguen estacionadas, camino tarareando una canción y contando mentalmente el número de pasos, sin interrumpir ninguna de las dos acciones. Saludo a algunos vecinos asentando la cabeza, a otros sólo les ha bastado un sutil movimiento de ojos, casi un parpadeo. El señor de sombrero, fue el primero en entender el saludo, pero no sabe qué he dicho mentalmente para saludarlo, si supiera realmente que sólo quería preguntarle por su esposa muerta, si a veces se comunica con ella entre sueños, o qué sé yo. La lluvia va perdiendo intensidad .He cruzado la calle sin problemas , me he detenido asombrada frente a un charco de agua, me han dado ganas de reír a carcajadas después de ver mi rostro , igual de apagado, cualquiera pensaría que estoy muy enferma. Qué hipócrita soy, ni yo pensaría esto de mí, me veo demasiado bien para el estado metafísico en el que me proyecto. Ya no puedo dar otro paso más, me divierte mucho ver mi reflejo en el charco, mis manos se mueven, mis ojos se abren, quisiera desnudarme delante del charco o incendiar mis restos delante de una multitud que miraría asombrada, ni hablar de la experiencia sobrenatural para admiración de turistas extranjeros. Los minutos pasan, algunos transeúntes me preguntan si vivo cerca del lugar, por mi parte trato de responder de un modo cordial, para evitar más preguntas innecesarias. En cualquier caso, uno se pierde para volver a encontrarse. Estoy arruinando a pisotones mi reflejo en el charco y una niña se detiene a mi lado, mira mi reflejo y no se anima a preguntar el motivo de mi risa. Su madre se acerca para llevarla a la escuela, tampoco sabe qué estoy mirando así que se queda mirando el charco después de sujetar a la niña, al siguiente segundo se acerca el padre. Al parecer, todos sentimos ganas de reír y lo evitamos, parecía el retrato familiar de algún pintor anónimo, donde todos los personajes son extraños de sí mismos, reunidos al azar. El padre termina de comer una manzana delante del charco después que la madre y la niña se marchan a la escuela sin recuerdo de su imagen en el charco. A semejanza de los espejos, los charcos también exigen un momento de asombro, no a solas como en la mayoría de casos sino en público, a favor de la condición humana.
Rosakebia L. Estela Mendoza
DNI 46539840
PAVEL
Pavel se encontraba muy nervioso ese lunes en la madrugada, no había podido dormir porque aún tenía los recuerdos del día anterior. Se habían metido a su casa, que era más bien un cuarto, y se habían llevado su ropa, los libros que le quedaron de su época universitaria, y su vínculo más cercano a la sociedad, su pequeña radio portátil. Contó muy bien, repetidas veces el total de su dinero, en esa caja de cartón no faltaba una sola moneda.
En una hora exacta de extraña lucidez, Pavel ideó mil formas y situaciones, en las que una o más personas pudieron entrar a su habitación, seleccionar emocionalmente el botín, y cargar con lo robado. Cada opción se ramificaba en muchas más, su investigación era una enredadera o laberinto sin salida. Eligió no entender el robo.
Desde que Alan Tassara, su hermano, desapareció un mes atrás; la única forma en la que lograba conciliar el sueño era de puro cansancio, después de haber escuchado, por lo menos, una hora de noticias radiales, que lo devolvían a la realidad por momentos. Se alegraba cuando una opinión suya sobre alguna noticia, coincidía con la del periodista que la comentaba. Pavel no salía mucho, se pasaba horas leyendo siempre los mismos textos académicos, como si quisiese encontrar algún error en el desarrollo de algún modelo matemático, o una omisión en un dato histórico. También se entretenía recordando su etapa universitaria; pero le fallaba la memoria a menudo, ya no recordaba si era física o filosofía, la carrera que siguió en aquella época, si ese nombre escrito en la hoja final de su cuaderno era de algún amigo o del verdadero dueño del libro, sencillamente se le iban los recuerdos; y cuando esto ocurría, la inercia lo llevaba a la mesita de noche que aún conservaba desde la niñez, llevaba el nombre de su hermano tallado en uno de los extremos, se sumergía en ese mueble de madera vieja hasta que sus dedos, por fin, encontrasen las pastillas desperdigadas, y hasta escondidas, recetadas por distintos médicos en distintas fechas. Rivotril, se podía leer en casi todas las recetas viejas y arrugadas.
Ese melancólico lunes, Pavel recordaba que el domingo llegó del parque; donde solía pasar horas sentado contando a las palomas que se multiplicaban en el cielo, y encontró la puerta de su cuarto abierta; cuando entró vio la mitad de sus cosas tiradas en el piso, y la otra mitad, la de su hermano, la más importante, ya no estaba. Decidió Tomar muchas pastillas, para sacarse los recuerdos inmediatamente o para recordar más, no lo sabía. De pronto se fue la luz; y a Pavel le pareció esa situación, el cuarto sin su radio y sin luz, una soledad exagerada; no lo toleró; el miedo y la depresión se convirtieron en ira y venganza, de pronto se oyeron pasos en el corredor que daba a su cuarto, los golpes de los seguros que producían los giros de las llaves lo pusieron más nervioso, Pavel pensó que el ladrón había venido por su otra mitad, se escondió tras de la puerta empuñando el bastón con el que se desplazaba. Finalmente, se abrió la puerta en su totalidad, alguien entró, no se veía nada, pero Pavel supo que el ladrón se estaba dirigiendo hacia la cama de su hermano, y no lo toleró más, lo hizo responsable de su soledad, y lo golpeó salvajemente hasta hacerlo perder la razón, no pudo oír cuando el ladrón le dijo; soy yo, Alan, ayer vine por mis libros de la universidad, por mi ropa y mi radio.
Luis Portada Hernani
DNI: 41846787